¿Procesamos toda la información sonora que recibimos o sólo la que nos interesa? ¿Por qué escuchamos de forma discriminada? ¿Todos percibimos la música de igual modo? ¿Por qué hay música que nos emociona y otra que nos deja indiferente o nos molesta?
La diferencia entre oír y escuchar reside en la atención: estamos oyendo continuamente sonidos, pero solo ponemos atención en aquellos que, por alguna razón, despiertan nuestro interés. Quién no ha estado alguna vez en una clase y si, de repente, la profesora nos pregunta algo, no tenemos ni idea de qué está hablando. Solemos decir que “nos entra por una oreja y nos sale por la otra”, no hemos retenido nada porque, sencillamente, no nos interesaba el asunto. En otros casos, cuando los sonidos que nos llegan son familiares, a veces, ni nos damos cuenta de ello. Es el ruido de fondo del ambiente en que estemos en cada momento: coches, conversaciones, pájaros, música, etc., que oímos, pero no escuchamos, y cuyos detalles no quedan grabados en nuestra memoria. Esto es lógico, ya que nuestro cerebro debe seleccionar la información más importante entre toda la que le llega a través de los sentidos, puesto que su capacidad de procesamiento es limitada.
Pero nuestro cerebro también es capaz de hacer lo contrario, es decir, cuando le llegan una serie de sonidos familiares, que habitualmente llegan juntos, en el caso de que alguna vez falte alguno, nuestro cerebro “cubre” ese hueco y nos hace percibirlo como si nos llegara la serie completa. Tengo entendido que el formato de compresión de audio MP3 aprovecha esta capacidad para eliminar parte de los sonidos, lo que permite que el fichero sea más pequeño.
Como dijo el biólogo evolutivo Theodosius Dobzhansky “en biología nada tiene sentido sino es a la luz de la evolución”, y esa forma de funcionamiento de nuestro cerebro es consecuencia de su capacidad adaptativa. Si un conjunto de sonidos o un conjunto de manchas con cierta forma pueden parecerse al rugido o a la cabeza de un depredador, es mejor salir corriendo inmediatamente que quedarse para asegurarse de que realmente es un león. Este atajo que toma nuestro cerebro a la hora de percibir la información del entorno nos lleva a cometer un error con un cierto coste por la pérdida de energía que supone salir corriendo sin necesidad, pero la alternativa podría ser un error mucho mayor: quedarnos y convertirnos en la cena del león. Pero esa forma de funcionar también nos empuja a cometer errores en otros momentos de la vida cotidiana, son los sesgos cognitivos y las ilusiones, que nos llevan, entre otras cosas, a ver caras en las manchas de una pared o nubes con formas de animales. En el segundo video de este tema hemos visto algunas ilusiones auditivas, y en este otro video la profesora Helena Matute, catedrática de Psicología Experimental de la Universidad de Deusto, nos explica en qué consisten y la importancia que tiene el que seamos conscientes de ellos.
Y, hablando de conjuntos y series de sonidos, llegamos a la música, una agrupación de sonidos que percibimos de una forma especial. Cada persona percibe la música de forma diferente. Por un lado, nos influye la cultura en la que hayamos crecido, ya que las músicas propias de cada cultura, como la comida, pueden tener características muy diferentes. También va a ser muy diferente la percepción de una persona con formación musical que la que no la tiene: la primera percibirá matices que se le escaparán a la segunda.
Además de los componentes adquiridos en función del ambiente en el que vivimos, también hay un componente biológico, innato. No todas las personas tienen la misma facilidad para aprender música, lo que coloquialmente se suele decir “no tener oído”. Por otro lado, hay algunas personas que son muy sensibles a los volúmenes altos, y no soportan ambientes como los de las discotecas.
Y la música nos provoca emociones porque unimos determinadas melodías a momentos especiales de nuestra vida, tanto positivos como negativos. Es como una etiqueta que ponemos a nuestros recuerdos: en cuanto oímos una determinada canción, irremediablemente, rememoramos aquel momento con alegría, tristeza, melancolía, amargura…
Y para acabar la primera tarea de Ciencia y artes, aunque haber empezado esta asignatura es motivo de alegría, he elegido una obra musical habitual de los funerales, que se suele poner como ejemplo del sonido de la tristeza, y que para su autor llegó a resultar una tragicomedia, como explica aquí Almudena Castro.