En 1939 los Estados Unidos, en colaboración con el Reino Unido y Canadá, pusieron en marcha el Proyecto Manhattan con el objetivo de desarrollar la bomba atómica. Unos meses antes el presidente Roosevelt había recibido una carta de Einstein donde le informaba de los avances que habían logrado los físicos alemanes en la desintegración del átomo, y de sus potenciales aplicaciones para la obtención de energía y de bombas con gran poder destructivo. Asimismo, le instaba a que el gobierno se coordinase con los científicos estadounidenses que trabajaban en ese ámbito y a procurarles la financiación adecuada.
En 1945, algunos de los científicos que tomaron parte en el proyecto crearon el “Comité sobre Problemas Políticos y Sociales del Proyecto Manhattan”, presidido por James Franck, del que tomó su nombre el informe que recogió las conclusiones del trabajo de los científicos. Previendo las consecuencias del uso de la bomba atómica, recomendaron al gobierno no usarla para lograr la rendición de Japón, ya que, de lo contrario, empezaría una competición por conseguir armas nucleares que podría llegar a ser incontrolable. Enviaron el informe al comité asesor del presidente, pero sus miembros pensaron que no había alternativa y decidieron lanzar las bombas en agosto. Las predicciones de los científicos se cumplieron rápidamente.
Pero este informe no es solo un aviso hecho por unos científicos preocupados en unas circunstancias especiales, sino que va más allá, ya que, en el siglo XX, como nunca antes, gracias al extraordinario desarrollo de los últimos años, los científicos asumieron una tremenda responsabilidad por los potenciales usos de su trabajo. Por ejemplo, en el prólogo, aceptan una denuncia contra los científicos: “Los científicos, con frecuencia, han sido acusados de ofrecer nuevas armas para la mutua destrucción de las naciones, en lugar de incrementar su bienestar. Es indudablemente verdadero que el descubrimiento de la aviación, por ejemplo, ha traído mucha más miseria que disfrute o beneficio a la humanidad. Sin embargo, en el pasado, los científicos podían negar tener responsabilidad directa sobre el uso que la humanidad hacía de sus desinteresados descubrimientos. Nosotros no podemos tomar la misma actitud ahora porque el éxito que hemos logrado en el desarrollo de la energía nuclear está cargado de peligros infinitamente mayores que los que tuvieron todas las anteriores invenciones.” Termina la introducción diciendo que en el pasado la ciencia podía ofrecer protección frente a las nuevas armas, pero ese no es el caso con las armas nucleares, y que, por tanto, le corresponde a una autoridad internacional impedir el recurso a la fuerza en los conflictos internacionales.
Para hacer frente a la situación, proponen un acuerdo internacional para evitar la guerra nuclear, y creen que, aunque el lanzamiento de la bomba atómica terminara con la guerra contra Japón, dificultaría mucho conseguir ese acuerdo. Tras usar semejante arma, ¿cómo convencerían a las demás naciones que los EE. UU. van en serio cuando proponen un acuerdo para eliminar esas destructivas armas? Como alternativa para posibilitar el acuerdo propusieron hacer una demostración en una zona desierta para los representantes de la Naciones Unidas. De esa forma, el resto de las naciones tomarían esta actitud de los EE. UU. como señal de buena voluntad y sería posible mantener bajo control internacional el uso de la energía nuclear. El informe termina, a modo de resumen, pidiendo que el uso de las bombas nucleares sea considerado un problema político de gran alcance antes que una conveniencia militar, y que esa política se dirija hacia el logro de un acuerdo que permita el control efectivo de los medios de la guerra nuclear.
Las dos caras del proyecto Manhattan
En el Proyecto Manhattan se pueden distinguir dos caras. Primero, la del ya mencionado presidente del comité James Franck. Este físico nació en Hamburgo en 1882, en el seno de una familia judía. Estudió física en la Universidad de Berlín y, tras doctorarse, trabajó allí mismo como profesor en el periodo 1911-1918. Se presentó voluntario a la Primera Guerra Mundial y resultó gravemente herido en 1917 tras un ataque con gases. Como reconocimiento recibió la Cruz de Hierro de primera categoría. Posteriormente fue profesor en la Universidad de Gotinga y presidió varias organizaciones académicas. En 1925 le concedieron el premio Nobel, entre otras cosas, por los trabajos que confirmaron el modelo atómico de Bohr.

En 1933, con la llegada de los nazis al poder, emigró a EE. UU., donde fue nombrado director de la División de Química del Laboratorio de Metalurgia de la Universidad de Chicago.
By Nobel foundation – http://nobelprize.org/nobel_prizes/physics/laureates/1925/franck-bio.html, Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=6207623
Otro participante en el proyecto fue Edward Teller, pero, por el contrario, no lo fue del “Comité sobre Problemas Políticos y Sociales”. Nacido en Hungría, tras perder todas sus posesiones en la revolución comunista, su familia emigró a EE. UU. en 1930. Trabajó en diferentes campos de la física, como la mecánica cuántica, la física del estado sólido o la cosmología, y pidió a Einstein que enviara la mencionada carta al presidente Roosevelt.

Cuando entró a trabajar en el proyecto Manhattan, en un principio se negó porque quería trabajar en una bomba más destructiva, la de hidrógeno. Su postura a favor de las armas nucleares, junto con su comportamiento para con algunos científicos, especialmente con J. Robert Oppenheimer, director del proyecto Manhattan, desató una fuerte polémica entre los científicos estadounidenses.
By w:User:Greg L, Papa Lima Whiskey – EdwardTeller1958.jpg, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=10812046
Conseguida la bomba atómica y finalizada la guerra, se extendió por EE. UU. el miedo a la Unión Soviética y, como consecuencia de ello, el macartismo. Esto proporcionó a Teller un ambiente propicio para su campaña a favor de las armas termonucleares, pero en aquel momento Oppenheimer era uno de los jefes de la Comisión de Energía Atómica y su mayor obstáculo. Pero Teller supo jugar sus cartas: era conocida la simpatía de Oppenheimer hacia el comunismo y, además, después de la guerra había apoyado el control internacional de armas y se había posicionado en contra del desarrollo de la bomba de hidrógeno y la carrera armamentística. Tras declarar ambos ante el Comité de Actividades Antiamericanas, se retiró a Oppenheimer la acreditación de seguridad y se le apartó de la Comisión de Energía Atómica, dejándole a Teller el camino despejado.
Parece ser que la rabiosa defensa de las armas termonucleares de Teller sirvió de inspiración a Stanley Kubrick para el personaje del Doctor Strangelove en la película Teléfono rojo: volamos hacia Moscú.
La bomba de hidrógeno es el arma más terrible concebida por el ser humano. Además de la destrucción directa, las cenizas liberadas podrían llegar a cubrir toda la atmósfera del planeta, evitando la llegada de los rayos de sol y provocando un largo invierno (conocido como el invierno nuclear). Sus consecuencias también alcanzarían al país lanzador de las bombas, por lo que en esa hipotética guerra no habría ganador y, por tanto, se desmoronan las bases de la llamada “política de disuasión”.

En la década de 1980, Teller consiguió vender su Iniciativa de Defensa Estratégica al presidente Reagan, que fue conocida como la guerra de las galaxias. Se trataba en desarrollar un laser gigante de rayos X y colocarlo en orbita alimentado por una bomba de hidrógeno para que pudiera destruir miles de misiles soviéticos antes de que llegaran a Estados Unidos. Aunque parece que nunca llegó a ser realizable, diez mil científicos estadounidenses se negaron a trabajar en el proyecto.
Strategic Defense Initiative logo. De U.S federal government – Biography of Lt Gen James A. Abrahamson, USAF, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=5180167
Ciencia y democracia

Analizando el comportamiento de Teller, el científico y divulgador Carl Sagan dice lo siguiente: “Cuando la investigación científica proporciona unos poderes formidables, ciertamente temibles, a naciones y líderes políticos falibles, aparecen muchos peligros: uno es que algunos científicos implicados pueden perder la objetividad. Como siempre, el poder tiende a corromper. En estas circunstancias, la institución del secreto es especialmente perniciosa y los controles y equilibrios de una democracia adquieren un valor especial.”
Una reflexión valiosa 25 años después de su elaboración, en la complicada situación que vive nuestro planeta. Por un lado, los avances en el ámbito biomédico, el acelerado avance de las tecnologías de la información y la comunicación, las múltiples aplicaciones de la nanotecnología, etc., son eficaces herramientas para mejorar el bienestar de la humanidad a no muy largo plazo. Por otro, el control de ese conocimiento está en los pocos países que invierten suficiente dinero en investigación y en las manos privadas de las, también pocas, grandes farmacéuticas.
Ahora, en la pandemia, con un problema que afecta a todo el planeta, podemos ver las dos caras. Por un lado, en un tiempo récord se consigue desarrollar diversas vacunas gracias a la enorme cantidad de recursos destinados y la colaboración entre científicos de todos los países. Por otro, las dudas sobre la información suministrada por China en un primer momento, la pelea entre los países cuando no había mascarillas para todos, los problemas entre gobiernos y farmacéuticas con la fabricación y de distribución de las vacunas, etc.
Pero este no es el primer problema de escala mundial al que se enfrenta la humanidad en los últimos tiempos. Desde hace más de treinta años, la gran mayoría de los científicos están avisando del peligro que supone el cambio climático. Pero, por un lado, el no ver, supuestamente, efectos inmediatos, junto con las consecuencias que para algunos poderosos sectores económicos (las grandes corporaciones de cuyo surgimiento trata el tema 10) tendría el tomar medidas correctoras, ha hecho imposible afrontar seriamente la amenaza.
Todo indica que el mundo post-pandemia será bastante diferente al que conocíamos. Esperemos que el espíritu del Informe Franck ilumine a los mandatarios del mundo, y que el conocimiento y las tecnologías con aplicaciones peligrosas están controladas por organismos internacionales aceptados, si no por todos, por una mayoría de países. De lo contrario, la pandemia y el cambio climático no serán las últimas amenazas globales con origen directo o indirecto en las actividades humanas.
Bibliografía
- Report of the Committee on Political and Social Problems (The Franck Report). Manhattan Project «Metallurgical Laboratory», University of Chicago, June 11, 1945.
- El mundo y sus demonios. La ciencia como una luz en la oscuridad. © Carl Sagan, 1995. © Por la traducción, Dolors Udina, 1997 © Editorial Planeta, S. A., 2000.
- http://en.wikipedia.org/
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