Publicado en Epistemología histórica

La epistemología histórica y el esencialismo

En la antigüedad los filósofos naturales trataban de explicar el mundo partiendo de las observaciones hechas con los sentidos. Según la forma en que percibían los objetos y los fenómenos, los describían, les atribuían unas características, les daban unas categorías y trataban de encajarlos en la cosmovisión propia de su cultura. Por tanto, había una relación clara entre el objeto/fenómeno y las características que lo definían: la esencia permitía diferenciar un objeto de otro y un fenómeno de otro. Esto resulta útil para la mayor parte de lo que utilizamos en la vida cotidiana y nos resulta suficiente para poder sobrevivir como especie.

Herm représenting Plato. Marble, Roman copy after a Greek original from the last quarter of the 4th century. De Desconocido – Marie-Lan Nguyen (2006), Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=1307144

Pero la llamada Revolución Científica nos enseñó que, si queremos conocer en profundidad la naturaleza de los objetos y de los fenómenos, no nos podemos fiar de nuestros sentidos. Por un lado, los sentidos tienen limitaciones: se nos escapa tanto lo que pasa a escala microscópica como los fenómenos de escala planetaria. Si hacemos caso a nuestros sentidos, veremos que las moscas nacen de la carne en putrefacción, luego deducimos que existe la generación espontánea; el Sol sale todos los días por el este y se pone por el oeste, por lo que deducimos que el Sol gira alrededor de la Tierra. Por otro lado, nuestro cerebro ha evolucionado para procesar la información que nos llega de forma que nos fuera útil para la supervivencia. Eso supone que, a veces, nuestra percepción no coincide con la realidad. Si vemos una sombra de determinada forma entre la maleza, saldremos corriendo sin esperar a comprobar si es un leopardo (1). También tenemos la tendencia de unir fenómenos estableciendo relaciones de causa-efecto, para poder entender el mundo y poder anticiparnos a lo que pueda pasar, pero en muchos casos confundimos la causa con el efecto e, incluso, muchas veces relacionamos fenómenos que son totalmente independientes, aunque coincidan en el tiempo.

Por tanto, desde el punto de vista científico resulta complicado definir en términos absolutos la esencia de los fenómenos y de las cosas. Las características que les atribuimos dependen del estado del conocimiento en cada momento, por lo que cambia con el tiempo. Además, en la ciencia actual tenemos ejemplos claros de conceptos que no tienen unos límites definidos. En el caso de la definición de especie, el criterio tradicional era que dos individuos pertenecen a la misma especie cuando pueden tener descendencia fértil, pero esto no hay forma de comprobarlo en fósiles, no se puede aplicar a organismos con reproducción asexual, y hay casos de flujo de genes entre especies diferentes (osos polares, Grizzlies y pardos de Alaska). De hecho, en la actualidad se duda de si los neandertales y los humanos actuales pertenecemos a especies diferentes (2).

En definitiva, si la epistemología histórica estudia cómo el ser humano ha accedido al conocimiento en cada momento de la historia, no puede partir de conceptos cerrados como la esencia invariable de la idea de “Tierra” de Platón, sino que tiene que tener en cuenta la cultura existente en ese momento y los recursos y herramientas disponibles para acceder al conocimiento.

Referencias

  1. Helena Matute (2018) Sesgos cognitivos y adaptación al medio NAUKAS.
  2. Raquel Pérez Gómez (2018). La difusa frontera entre las especies. EL PAÍS.

Publicado en Ciencia y artes

La percepción del sonido

¿Procesamos toda la información sonora que recibimos o sólo la que nos interesa? ¿Por qué escuchamos de forma discriminada? ¿Todos percibimos la música de igual modo? ¿Por qué hay música que nos emociona y otra que nos deja indiferente o nos molesta?

La diferencia entre oír y escuchar reside en la atención: estamos oyendo continuamente sonidos, pero solo ponemos atención en aquellos que, por alguna razón, despiertan nuestro interés. Quién no ha estado alguna vez en una clase y si, de repente, la profesora nos pregunta algo, no tenemos ni idea de qué está hablando. Solemos decir que “nos entra por una oreja y nos sale por la otra”, no hemos retenido nada porque, sencillamente, no nos interesaba el asunto. En otros casos, cuando los sonidos que nos llegan son familiares, a veces, ni nos damos cuenta de ello. Es el ruido de fondo del ambiente en que estemos en cada momento: coches, conversaciones, pájaros, música, etc., que oímos, pero no escuchamos, y cuyos detalles no quedan grabados en nuestra memoria. Esto es lógico, ya que nuestro cerebro debe seleccionar la información más importante entre toda la que le llega a través de los sentidos, puesto que su capacidad de procesamiento es limitada.

Pero nuestro cerebro también es capaz de hacer lo contrario, es decir, cuando le llegan una serie de sonidos familiares, que habitualmente llegan juntos, en el caso de que alguna vez falte alguno, nuestro cerebro “cubre” ese hueco y nos hace percibirlo como si nos llegara la serie completa. Tengo entendido que el formato de compresión de audio MP3 aprovecha esta capacidad para eliminar parte de los sonidos, lo que permite que el fichero sea más pequeño.

Como dijo el biólogo evolutivo Theodosius Dobzhansky “en biología nada tiene sentido sino es a la luz de la evolución”, y esa forma de funcionamiento de nuestro cerebro es consecuencia de su capacidad adaptativa. Si un conjunto de sonidos o un conjunto de manchas con cierta forma pueden parecerse al rugido o a la cabeza de un depredador, es mejor salir corriendo inmediatamente que quedarse para asegurarse de que realmente es un león. Este atajo que toma nuestro cerebro a la hora de percibir la información del entorno nos lleva a cometer un error con un cierto coste por la pérdida de energía que supone salir corriendo sin necesidad, pero la alternativa podría ser un error mucho mayor: quedarnos y convertirnos en la cena del león. Pero esa forma de funcionar también nos empuja a cometer errores en otros momentos de la vida cotidiana, son los sesgos cognitivos y las ilusiones, que nos llevan, entre otras cosas, a ver caras en las manchas de una pared o nubes con formas de animales. En el segundo video de este tema hemos visto algunas ilusiones auditivas, y en este otro video la profesora Helena Matute, catedrática de Psicología Experimental de la Universidad de Deusto, nos explica en qué consisten y la importancia que tiene el que seamos conscientes de ellos.

Y, hablando de conjuntos y series de sonidos, llegamos a la música, una agrupación de sonidos que percibimos de una forma especial. Cada persona percibe la música de forma diferente. Por un lado, nos influye la cultura en la que hayamos crecido, ya que las músicas propias de cada cultura, como la comida, pueden tener características muy diferentes. También va a ser muy diferente la percepción de una persona con formación musical que la que no la tiene: la primera percibirá matices que se le escaparán a la segunda.

Además de los componentes adquiridos en función del ambiente en el que vivimos, también hay un componente biológico, innato. No todas las personas tienen la misma facilidad para aprender música, lo que coloquialmente se suele decir “no tener oído”. Por otro lado, hay algunas personas que son muy sensibles a los volúmenes altos, y no soportan ambientes como los de las discotecas.

Y la música nos provoca emociones porque unimos determinadas melodías a momentos especiales de nuestra vida, tanto positivos como negativos. Es como una etiqueta que ponemos a nuestros recuerdos: en cuanto oímos una determinada canción, irremediablemente, rememoramos aquel momento con alegría, tristeza, melancolía, amargura…

Y para acabar la primera tarea de Ciencia y artes, aunque haber empezado esta asignatura es motivo de alegría, he elegido una obra musical habitual de los funerales, que se suele poner como ejemplo del sonido de la tristeza, y que para su autor llegó a resultar una tragicomedia, como explica aquí Almudena Castro.