Tarea 4.1 Breve trabajo de descripción de las emociones personales vividas con al menos 2 obras de arte, comparando ambas manifestaciones artísticas y reflexionando sobre las sensaciones comunes y dispares entre ellas .
Durante mi adolescencia, en los años 80 del siglo pasado, únicamente existían los dos canales de Televisión Española y, además, hasta mediados de la década, el aparato del que disponíamos en casa, que había retransmitido la llegada del Apolo XI a la Luna (como ya comenté en La Luna no estaba tan cerca), ya no tenía fuerzas más que para recibir el primer canal. Pero la escasez no está reñida con la calidad y, aparte de los programas que comento en esa entrada, me gustaban mucho las series que contaban la vida de personajes famosos como Santiago Ramón y Cajal, Giuseppe Verdi y Richard Wagner. Recuerdo especialmente esta última, ya que me tenía impresionado, y no solo por el fuerte carácter del músico alemán y la complicada vida que llevó a todos los niveles; ni por el extraordinario reparto, encabezado por Richard Burton encarnando al músico, junto con Vanessa Redgrave y Lawrence Olivier. Era por la extraordinaria fuerza expresiva de la producción, conseguida gracias a la magistral combinación de las imágenes con la música. Y eso era así desde el principio de cada capítulo, con los títulos de crédito, que me parecían hipnóticos. La serie se grabó en 1983 y aquí os dejo el primer capítulo, donde los primeros 6 minutos corresponden a mi comentario.
Cada capítulo empieza con la música de la marcha fúnebre de Sigfrido, perteneciente al tercer acto de la ópera El ocaso de los dioses. Esta obra cierra la tetralogía El anillo del nibelungo, tras El oro del Rin, La valquiria y Sigfrido, y está basada en elementos de la mitología germana y de las sagas nórdicas. En la primera de las óperas se narra la historia del robo por un nibelungo del oro que estaba escondido en el fondo del río Rin, con el que fabrica un anillo. Al comienzo de cada capítulo se alternan imágenes del Rin y del nibelungo fundiendo el oro con las de los escultores haciendo bustos de bronce del músico. Además, en el primer episodio se añaden imágenes del cortejo fúnebre de Wagner en una góndola que recorre los canales de Venecia, donde murió. Es decir, se combinan los elementos de las óperas de Wagner, marcha fúnebre de Sigfrido, río Rin y fundición del oro, con los elementos de la muerte del músico, cortejo fúnebre, canal veneciano y fundición del bronce, queriendo mostrar un paralelismo entre el autor y su obra.
Como la calidad del audio de YouTube no es buena, a continuación he insertado un enlace a una grabación reciente de la marcha fúnebre de Sigfrido. El uso de la alternancia entre delicadeza y fuerza de la orquesta consigue expresar magníficamente el drama, la tristeza y la melancolía.
Atraído por la música de Wagner, años después compré un doble cd con algunas de las partes más conocidas de sus óperas, todas ellas en versión concierto: El holandés errante, Tannhäuser, Lohengrin, Los maestros cantores de Nürenberg, etc.
Pero había una entre ellas que me parecía distinta a las demás, con una melodía triste e inquietante, que empieza suavemente y va ganando fuerza poco a poco, en la que en algunos momentos parece que los instrumentos de cuerda dialogan con los de viento, respondiendo unos a las preguntas de los otros. Después, liderada por la cuerda, la melodía va escalando como a impulsos hacia los tonos agudos, ganando en intensidad y cayendo bruscamente, y repitiendo la secuencia cada vez unos tonos más arriba hasta alcanzar el clímax. Esta secuencia me recordaba a las olas que, repetidamente, van creciendo lentamente hasta romper en la orilla y vuelven a empezar. Tras el clímax, la melodía vuelve a tonos más graves, más calmados, con el diálogo entre cuerda y viento, disminuyendo hasta desaparecer. Después de un silencio, vuelven a surgir la melodía, uniéndose los distintos instrumentos uno tras otro, y vuelven a dar esa sensación de impulsos, con la repetición de una melodía formada por sucesivos aumentos y descensos de intensidad. A continuación, se repite algo parecido a lo del principio, pero esta vez, con la fuerza de toda la orquesta y, de nuevo, tras el clímax, la música va perdiendo intensidad hasta desaparecer.
Mientras que en los momentos en los que se produce esa especie de diálogo entre cuerda y viento me transmite una sensación de tranquilidad, de calma, todo se rompe cuando la melodía empieza a escalar como a empujones, generándome una sensación de impotencia y ansiedad, como de quiero y no puedo, que resulta desasosegante. Y al final, a medida que la música pierde intensidad y se va difuminando, parece que sea lo que sea que haya pasado, ya ha terminado y, aunque resulta tranquilizador, no es suficiente para eliminar esa sensación de inquietud.
Es el preludio al primer acto de la ópera Tristán e Isolda, también conocido como Isoldes Liebestod, la muerte por amor de Isolda. Está basada en un romance de Godofredo de Estrasburgo (siglos XII-XIII), que a su vez se basó en una leyenda artúrica que cuenta el idilio del caballero Tristán con la princesa irlandesa Isolda La Bella o La Rubia. La historia original es una mezcla de la tradición celta y vikinga con elementos de las literaturas medievales inglesa y francesa, y diferentes versiones de ella se fueron extendiendo por toda Europa durante la Edad Media.
Si la leyenda original de Tristán e Isolda tuvo gran influencia en la literatura medieval, la versión de Wagner se convirtió en uno de los hitos del Romanticismo del siglo XIX, podríamos decir que no solo por el argumento de la obra, también porque fue inspirada por su aventura con Mathilde Wesendock, la mujer de su protector. Y, por otro lado, la diferente forma de utilizar las técnicas musicales (tonalidad, armonía, orquestación, etc.) hacen que esta obra marque un cambio de era en la composición musical, de tal forma que influyó y sirvió de inspiración a muchos compositores.
Como muestra de ello tenemos el inicio del Liebestod con un acorde disonante que en aquel momento se consideró innovador y atrevido para iniciar una obra y, como consecuencia de ello, ahora es conocido como el acorde de Tristán:
Como ya he dicho, la versión de Wagner se hizo popular en el siglo XIX y sirvió de inspiración a numerosos pintores románticos, que retratan diferentes pasajes del relato. Aquí traigo dos ejemplos en los que podemos ver la intensidad de los colores que sirve, por un lado, para atraer nuestra atención y, por otro, para realzar la escena.
En el primero, que representa el momento en que Isolda le ofrece la poción supuestamente venenosa a Tristán, el fondo tiene colores oscuros, lo que hace destacar aun más a las figuras de los protagonistas, además de presagiar un desenlace dramático.

Tristan and Isolde with the potion De John William Waterhouse – Art Renewal Center, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3709493
Por el contrario, en esta que recoge el enamoramiento de los protagonistas, la luz incide directamente en ellos haciéndolos destacar sobre el fondo oscuro de bosque. La expresión de sus caras, iluminadas con el brillo del vestido y del cabello de Isolda, nos da idea de la felicidad que sienten en ese momento. Desgraciadamente sabemos que ese sentimiento va a ser efímero, ya que de las sombras del bosque surge el rey Marke y su gesto no presagia nada bueno.
Tristán e Isolda, por el artista Edmund Blair Leighton (1853–1922). De Edmund Blair Leighton – Art Renewal Center, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=1782348

Como contrapunto traigo esta otra pintura de Rogelio de Egusquiza, amigo y seguidor de Wagner, que actualmente está en el Museo de Bellas Artes de Bilbao.
Egusquiza con un busto de Wagner De Desconocido – Arriba Europa, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=48137095
Aquí el pintor usa el color de una forma totalmente diferente, con tonos apagados, sin brillo. Los cuerpos de Tristán e Isolda, en tonos pastel, yacen sin vida sobre una hierba muy oscura, casi negra. Alrededor, varias plantas de adormidera como las usadas por Isolda para llegar a ese final. Al fondo, el cielo del amanecer, también en tonos pastel, se funde con el mar en una gama de colores que sirven de transición para fundirse, a su vez, con los colores de la hierba.
Tristán e Iseo (La muerte), 1910, óleo sobre lienzo, M.º de Bellas Artes de Bilbao. De Rogelio de Egusquiza (Santander, Spain, 1845 – Madrid, 1915 ). Detalles del artista en Google Art Project – agH3-yHqF1PlDg en el Instituto Cultural de Google resolución máxima, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=21988240
Como dice el comentario del Museo, la serenidad ha sustituido a la tragedia.
Y, para terminar, os dejo con el comentario y la propuesta de una web sobre ópera: https://iopera.es/liebestod-de-tristan-und-isolde-de-wagner/, que resume con el lenguaje apropiado todo lo que he pretendido expresar.
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