La peste negra o bubónica arrasó Europa a mediados del siglo XIV con la fuerza y la velocidad de un huracán, ya que en un periodo de 7 años redujo la población de 80 millones a 30. Varios siglos antes, esta enfermedad ya había hecho estragos en el imperio bizantino, y posteriormente hizo varias apariciones hasta el siglo XVIII, pero con mucha menos virulencia La peste negra, la epidemia más mortífera.
Su origen no fue desentrañado hasta el siglo XIX: la bacteria Yersinia pestis, que afectaba a roedores, principalmente a las ratas negras Rattus rattus, más sensibles que las ratas grises Rattus norvegicus, era transmitida a los seres humanos a través de sus parásitos, principalmente de la picadura de las pulgas Xenopsylla cheopis. Las rutas comerciales, las peregrinaciones, la falta de higiene y el desconocimiento facilitaron su rápida expansión.
Desde el contagio hasta la aparición de los primeros síntomas pasaban entre dos y tres semanas, y entre tres y cinco días después se producían las primeras muertes. Principalmente afectaba al sistema linfático, de ahí la inflamación de los nódulos de axilas, ingles y cuello (bubones), junto con supuraciones y fiebre alta. Cuando la bacteria pasaba a la sangre daba lugar a la peste septicémica que producía manchas negras (de ahí lo de peste negra); y cuando pasaba al aparato respiratorio provocaba neumonía con tos expectorante, lo que favorecía el contagio. Nadie podía superar estas dos variantes de la enfermedad.

Parece ser que la epidemia fue introducida en nuestro continente por los mercaderes genoveses que huían del sitio de Caffa, en la península de Crimea. Durante el asedio del ejército mongol a esta ciudad, la enfermedad apareció entre sus filas, y cuenta la leyenda que los atacantes aprovecharon la situación para arrojar sus muertos mediante catapultas al interior de la ciudad, aunque bien pudo extenderse a través de las ratas, que, como hemos visto, era el vehículo habitual.
La alta mortalidad producida, bien directamente por la infección, bien indirectamente por no poder cuidar a ancianos y niños, se sumó a las muertes que en los años anteriores habían provocado las guerras inacabables y las hambrunas periódicas. El enorme impacto demográfico consecuencia de todo ello, dio lugar a numerosas transformaciones socioeconómicas que pudieron influir en la modernización de Europa y facilitar la aparición del Renacimiento. Un ejemplo lo tenemos en que la sustitución de la nobleza por la burguesía en las propiedades rurales y en el gobierno de las ciudades modernizó la agricultura y apoyó el desarrollo científico-tecnológico y la industria. Y, por supuesto, el contacto permanente con la muerte cambió la forma de entender la existencia, haciéndolo de un modo muy diferente al marcado por la religiosidad medieval, lo que se convirtió en una de las señas de identidad de la cultura renacentista.

La Fornarina, pintura de Rafael, expuesta en el Palacio Barberini de Roma. En el Renacimiento se afianza el retrato como género autónomo. Aquí se aprecia además el interés por el desnudo, procedente del arte clásico. De Raphael – Galleria Nazionale d’Arte Antica, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=76749175
Igualmente, la situación creada por la epidemia tuvo reflejo en la literatura. Por ejemplo, las historias incluidas en el Decamerón de Bocaccio, están narradas por diez jóvenes refugiados de la peste en una villa de las afueras de Florencia.


Bibliografía
- National Geographic: La peste negra, la epidemia más mortífera. 14/05/2020.
- Investigación y Ciencia: La vulnerabilidad de diferentes poblaciones a la peste negra en la Europa medieval. 17/03/2017.
- La Vanguardia: ¿Cómo cambió a Europa la peste negra? 30/06/2017.
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